De pequeña quería ser funambulista.
Cada mañana, de camino al colegio, desafiaba a la gravedad desde los bordillos de las aceras.
Los brazos en cruz, un pie delante de otro,
primero despacio y luego más rápido.
De reojo miraba los siete centímetros que la separaban del precipicio de la calzada.
Un paso en falso, un fracaso.
Rabia y vuelta a empezar.
Pasó el tiempo y se hizo grande.
Otros planes ocuparon sus sueños.
Sin embargo siempre jugó a ser funambulista, a escapar a la caída.
Caminando en el borde, manteniendo el equilibrio.
Los brazos en cruz, un pie delante de otro.
Rozando el vacío de su existencia.