jueves, 20 de marzo de 2014

Hasta la victoria

“Había llegado la hora de actuar. Los tiempos eran maduros. 8 de octubre de 1967”: el octogenario Ernesto “Che” Guevara releyó por quincuagésima vez el final de su diario boliviano, y como siempre, no pudo reprimir la sonrisa.
Tumbado en una hamaca de jardín, en la cálida brisa caribeña, rememoró con nostalgia aquellos días de hambre en Cochabamba, aquellos días de acción e incertidumbre.
Recordó la tarde definitiva, cuarenta y siete años atrás, cuando el corazón de América Latina comenzó a irradiar luz de libertad. Y sintió de nuevo esa luz en su corazón.
Observó el mar con ojos gastados y orgullosos, sabía que su espíritu guerrillero se había apaciguado. Hoy era el turno de los más jóvenes, ellos continuaban la lucha.
Cada hora era la hora de actuar. Los tiempos seguían maduros.

Sus últimas palabras antes de la victoria se habían convertido en estandarte de todas las revoluciones.

lunes, 17 de febrero de 2014

el cerco


Afuera el Sol ya había salido. Se sentaron y esperaron.
Hacía frío, pero no importaba, el paisaje era estupendo. 
Y el silencio. Por fin había silencio.
La hierba, todavía húmeda, calaba la tela raída de los pantalones heredados. Congelaba los huesos machacados de tantas noches en vela, las espaldas mordidas por la tensión, los pies amoratados de caminar sin calcetines dentro de unas botas demasiado usadas.
Pero nada de eso importaba ya.
Porque por fin había llegado la calma.
Con mirada ojerosa recorrieron el horizonte.
Faltaban solo unas horas. El cerco era cada vez más pequeño.
A lo lejos, imaginaban, el ronquido de los tanques, el zumbido de algún caza, cientos de pasos acercándose.
Las tropas llegarían pronto, pero ya no importaba.
Afuera el Sol ya había salido. Se sentaron y esperaron.

jueves, 6 de febrero de 2014

Infraleve

Parpadeo
y la última palabra de su libro resuena en mis oídos, como si hubiese sido recitada.
"detiene" dice, "se detiene". "El espacio se detiene".
Imagino su voz ronca, de mujer fumadora, leyendo para sí. Satisfecha.
Y me dejo mecer en su palabra.
En su voz desconocida, falsa. En su voz sabia y aguda.
Me detengo en el espacio que ha creado para mí.

Parpadeo otra vez,
y el aire que remueven mis pestañas me desplaza a unos segundos del presente.
Entonces puedo escuchar en mi cabeza el eco de mi voz sin pronunciar.
Su palabra en mi cabeza, en mis ojos.
Y repito "se detiene". Y me detengo.
En su espacio detenido. En mi tiempo fijo.
En el libro que acaba de terminar.




sábado, 1 de febrero de 2014

Rumbo al norte

El traqueteo la despertó. Estaba amaneciendo, sintió frío.
Se incorporó despacio, le dolía la espalda. Ese incómodo colchón de hierro se había convertido en su cama, su casa, su mesa. Su vida y su muerte, su todo.
Miró alrededor. Sandrita aún dormía. Juan no estaba lejos, ya despierto, bien agarrado para no caerse.
Le sonrió. - ¡Buenos días señorita! ¡Feliz Navidad!
Y feliz cumpleaños, pensó Fernanda. Hoy también es mi cumpleaños… pero no dijo nada.
¿Para qué? Se preguntó. En este viaje no existen cumpleaños ni navidades. Aquí todos los días son iguales. Sucios, fríos, peligrosos, eternos.
Recordó a sus tres hijos, tan chiquitos. - Hoy seguro que lloran. Y mi mamá también.
No entendieron que se marchaba para encontrar un lugar mejor. Para darles una vida mejor.
Un par de lágrimas atravesaron el polvo que cubría sus mejillas.
Se recostó de nuevo sobre “La Bestia”. Aún era temprano, quizás podría dormir otro poco.
Quizás hoy el tren pararía en algún lugar. Quizás hoy podría comer algo caliente.

Ya queda un día menos para llegar a “los Estados”. Allí sí tendremos navidad, pensó mientras cerraba los ojos. Y también una tarta de cumpleaños. Entonces estaremos todos juntos...

Naufragios

Me rompo en un naufragio cada día.

A veces, la tormenta levanta grandes olas,
y mi cuerpo desaparece en la marea.

Creo ahogarme, trago agua,
hasta que imagino un trozo de madera,
el mástil de mi barco roto,
una boya sucia de algas, perdida.

Otras veces el mar es calma, permito que me meza a la deriva.
El salitre desgarrando mi garganta,
el silencio submarino en mis oídos.

Esos días el agua me lleva hasta la playa,
recordando que hay cosas que me importan en la orilla.

Arranco mi ropa mojada, sacudo la sal de las heridas,
Y espero desnuda, sentada, mirando al horizonte,
temiendo y deseando, esquivando el sueño
del naufragio que vendrá por la mañana.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Hotel Roma

- Demasiados asientos vacíos para un vuelo low-cost- pensó extrañada mientras se afeitaba las piernas en el bidé.
20 muertos en el accidente, solo 20.
En el telediario de las nueve, Ana Blanco explicaba con visible consternación cómo el avión había caído poco después de despegar.
Abrió el grifo, se aclaró el jabón, y siguió escuchando las noticias desde el baño.
Por eso no oyó la cerradura, tampoco el gemido de la puerta.
Ni sintió los pasos hundiéndose en la moqueta.
Un aliento de hombre rozó la piel de su nuca.
Unas tijeras abiertas se clavaron en su cuello.
- Tranquila, no voy a hacerte daño...
Ana Blanco insistía, aún podía haber más víctimas

jueves, 7 de noviembre de 2013

Suspendido en el aire

Cuando entré en la habitación tú ya no estabas.
Sin embargo tu olor permanecía,
suspendido en el aire, impregnando los muebles,
cubriéndolos de aceite tuyo,
que manchaba mis manos, que ensuciaba mi pelo.
Una tela pesada asfixiando mi cuerpo.

Me lavé muchas veces con jabón de canela,
aguardiente de flores, con labios de otros besos.
Pero ahí estabas, seguías,
me seguía tu sueño.

Te borré de mis ojos, me olvidé de tu pelo,
de tus dedos, tu nuca, de tus piernas, de ti.
Pero ahí estabas, seguías,
ensuciándolo todo,
prendido de mis sueños.