El traqueteo la
despertó. Estaba amaneciendo, sintió frío.
Se incorporó
despacio, le dolía la espalda. Ese incómodo colchón de hierro se había
convertido en su cama, su casa, su mesa. Su vida y su muerte, su todo.
Miró alrededor. Sandrita
aún dormía. Juan no estaba lejos, ya despierto, bien agarrado para no caerse.
Le sonrió. - ¡Buenos
días señorita! ¡Feliz Navidad!
Y feliz cumpleaños,
pensó Fernanda. Hoy también es mi cumpleaños… pero no dijo nada.
¿Para qué? Se
preguntó. En este viaje no existen cumpleaños ni navidades. Aquí todos los días
son iguales. Sucios, fríos, peligrosos, eternos.
Recordó a sus tres
hijos, tan chiquitos. - Hoy seguro que lloran. Y mi mamá también.
No entendieron que
se marchaba para encontrar un lugar mejor. Para darles una vida mejor.
Un par de lágrimas
atravesaron el polvo que cubría sus mejillas.
Se recostó de
nuevo sobre “La Bestia”. Aún era temprano, quizás podría dormir otro poco.
Quizás hoy el tren
pararía en algún lugar. Quizás hoy podría comer algo caliente.
Ya queda un día
menos para llegar a “los Estados”. Allí sí tendremos navidad, pensó mientras
cerraba los ojos. Y también una tarta de cumpleaños. Entonces estaremos todos
juntos...
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