domingo, 18 de diciembre de 2011

trasbordo

ojeras, una mueca que rompía unos labios,
pelo ralo y pajizo, tristeza en el gesto,
andar cansado, harto, apático,
un dolor en el pecho, en los huesos, en la boca del estómago,
un no poder más pero no tener más remedio.

Así la encontré en el trasbordo entre las líneas amarilla y verde.
rápido, bajé la mirada, pero aún le dio tiempo.
En la piel de mis párpados se grabaron sus ojeras,
su dolor, su cansancio,
sin remedio.

jueves, 15 de diciembre de 2011

patchwork de altura

Un patchwork infinito, eso vio.
Un patchwork infinito de colores tierra, y verdes y grises.
Cosida por miles de mujeres, de hombres, de bueyes, de máquinas.
Cosida durante años que se hicieron décadas, que se hicieron siglos que fueron milenios.
No sintió vértigo, no todavía, una ventana de vidrio que parecía plástico le separaba de la caída.
Un plástico y 20.000 pies.
Pero la gran puerta abrió, y dio paso al viento, a la nausea, al temible fin .
Ya era tarde para echarse atrás. La mochila pesaba en su espalda.
El descenso sería rápido.
El viento deformaría su expresión de miedo.
Sólo una puerta abierta y un terror intestinal le separaban de la colcha milenaria.

lunes, 12 de diciembre de 2011

La casa Valdemar

El día era gris y blanco.
Humedad en el cielo y en el suelo. Humedad en el aire y en los pulmones.
Aparcó frente a la casa abandonada. Bajó del coche.
La casa abandonada en realidad, no estaba abandonada. Aún daba cobijo a cierto movimiento;
corazones que latían, ojos que miraban, manos que tocaban.
Pero no había vida en ese movimiento.
Era mecánica fría, una actividad programada en los años. Sin alma ni intención.
Sin emoción ni sueño.

La verdad sobre la casa Valdemar, descomponiéndose en vida. Árboles pudriéndose, hierro oxidándose, pintura deshaciéndose, sin futuro posible, sin presente posible.
A su pesar, la casa abandonada, protegía unos cuerpos que querían mejorar, pero no sabían cómo.

Y ahora ella estaba allí. Y esa casa tenía que ser un hogar por un tiempo.
Tenía que ser un hogar pero no sabía cómo.
Humedad fuera y humedad dentro.
Humedad muy dentro.

viernes, 2 de diciembre de 2011

ritmo

Y de repente un día mis pies se tropezaron con los suyos.
Parecía sonar una música.
Parecía que había más luz, como si alguien hubiera abierto una ventana.
Parecía que hubiéramos mezclado antidepresivos con vino blanco.
Y al son de esa música, nos enredamos en una danza absurda, sin ritmo.
Nadie lo entendía, nos miraban y se reían, y sus risas nos distraían, nos hacían trastabillar, nos hacían perder más el ritmo, y cada vez la danza era más absurda, más ridícula, más incómoda.
A pesar de todos, a pesar de todo nos quedamos, sin ritmo, enredados.