lunes, 18 de noviembre de 2013

Hotel Roma

- Demasiados asientos vacíos para un vuelo low-cost- pensó extrañada mientras se afeitaba las piernas en el bidé.
20 muertos en el accidente, solo 20.
En el telediario de las nueve, Ana Blanco explicaba con visible consternación cómo el avión había caído poco después de despegar.
Abrió el grifo, se aclaró el jabón, y siguió escuchando las noticias desde el baño.
Por eso no oyó la cerradura, tampoco el gemido de la puerta.
Ni sintió los pasos hundiéndose en la moqueta.
Un aliento de hombre rozó la piel de su nuca.
Unas tijeras abiertas se clavaron en su cuello.
- Tranquila, no voy a hacerte daño...
Ana Blanco insistía, aún podía haber más víctimas

jueves, 7 de noviembre de 2013

Suspendido en el aire

Cuando entré en la habitación tú ya no estabas.
Sin embargo tu olor permanecía,
suspendido en el aire, impregnando los muebles,
cubriéndolos de aceite tuyo,
que manchaba mis manos, que ensuciaba mi pelo.
Una tela pesada asfixiando mi cuerpo.

Me lavé muchas veces con jabón de canela,
aguardiente de flores, con labios de otros besos.
Pero ahí estabas, seguías,
me seguía tu sueño.

Te borré de mis ojos, me olvidé de tu pelo,
de tus dedos, tu nuca, de tus piernas, de ti.
Pero ahí estabas, seguías,
ensuciándolo todo,
prendido de mis sueños.

martes, 12 de marzo de 2013

mentiras

La primera de todas fue una mentirijilla sin importancia.
La dijo sin pensar, por salir del paso, y le hizo sentir bien.
Y le descubrió un mundo que no conocía.
Podía ser quien siempre quiso ser, podía haber hecho lo que nunca se atrevió.
Podía diseñar una realidad a su gusto. Podía ser Dios.

Pequeñas dosis de seguridad personal sin esfuerzo, en segundos.
Una pócima mágica a la que se terminó haciendo adicto.
Y como cualquier adicto empezó a destruirse, empezó a desaparecer.
Empezó a verse huecos, huecos llenos de nada. Cada mentira era un hueco que debía rellenar con otra mentira. Ya no había realidades que llenaran.

Con su propia lengua, con sus propios labios, cavaba esos huecos, sepulturas para sí mismo.
Palabras como paladas, su boca llena de arena le producía arcadas.

Sus palabras mágicas, su infalible pócima ya no servía, pero siguió utilizándola, esta vez para sí mismo.
Conjuros, que al pronunciarlos, le acercaban cada vez más al no-ser, cada vez más a la nada.

Se buscó mucho tiempo, tratando de encontrar lo que un día fue, pero ya era tarde.
La arena de sus mentiras le fue enterrando, con su propia lengua, con sus propios labios.
Palabras como paladas.
Su alma quedó sepultada.