martes, 12 de marzo de 2013

mentiras

La primera de todas fue una mentirijilla sin importancia.
La dijo sin pensar, por salir del paso, y le hizo sentir bien.
Y le descubrió un mundo que no conocía.
Podía ser quien siempre quiso ser, podía haber hecho lo que nunca se atrevió.
Podía diseñar una realidad a su gusto. Podía ser Dios.

Pequeñas dosis de seguridad personal sin esfuerzo, en segundos.
Una pócima mágica a la que se terminó haciendo adicto.
Y como cualquier adicto empezó a destruirse, empezó a desaparecer.
Empezó a verse huecos, huecos llenos de nada. Cada mentira era un hueco que debía rellenar con otra mentira. Ya no había realidades que llenaran.

Con su propia lengua, con sus propios labios, cavaba esos huecos, sepulturas para sí mismo.
Palabras como paladas, su boca llena de arena le producía arcadas.

Sus palabras mágicas, su infalible pócima ya no servía, pero siguió utilizándola, esta vez para sí mismo.
Conjuros, que al pronunciarlos, le acercaban cada vez más al no-ser, cada vez más a la nada.

Se buscó mucho tiempo, tratando de encontrar lo que un día fue, pero ya era tarde.
La arena de sus mentiras le fue enterrando, con su propia lengua, con sus propios labios.
Palabras como paladas.
Su alma quedó sepultada.