domingo, 15 de enero de 2012

ojos

Caminaba rápido, mirando sus zapatos
rojos, sucios, rozados, veloces, las manos en los bolsillos.
Subió al tren de un salto.
Un paso torpe. Demasiado largo, demasiado forzado.
Se sentó en seguida, sin buscar, sin mirar.
Porque sabía que estaban allí esperándola, porque en seguida empezó a sentirlos.
Empezó a notar los ojos.
¿Qué ojos? Todos.
Ojos pequeños y agudos, ojos grandes, silenciosos, agresivos, despistados.
Sentía cómo se clavaban en su cuello y en su espalda.
En el gesto de su mano, en sus labios.
Ojos incisivos, ojos críticos, fijos.
Penetraban en su nuca, en sus dedos, a veces en sus ojos también.
- Me quedaré muy quieta - pensó - así los ojos se irán.
Se encogió por dentro. Se acurrucó muy concentrada.
Dejó de existir un poquito, unos minutos quizás. Muchos minutos.
Las luces de la noche iluminaban su cuerpo a través de la ventana, sin tocarla.
Hasta que una voz de mujer anunció su estación.
Final del recorrido. Final del trance.
Un movimiento desesperado la hizo girar. Adiós a la rigidez.
Adiós a los ojos. Estaba sola en el vagón. Adiós a los ojos.
Adiós.

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